lunes, 6 de junio de 2011

Al despertar

.Ya era el cuarto día en que el cielo había dejado de alumbrarnos la cara. Los rayos del sol luchaban contra espesas nubes y los árboles se removían en busca de algo de comida. Ni las nubes lanzaban sus gotas, ni el sol su luz. Con los pies intento alcanzar la manta. Se removía dentro de ella, escondiéndose de cualquier frio suspiro que pudiera entrar por la ventana. Dirigía la mirada hacía ella y adivino a fuera una lluvia espesa, fría, distante, que lloraba por el cristal, y se abrazó a la manta un poco más fuerte, intentando escalfar los huesos calados. A su lado reposaba el cuerpo de aquel quien había seguido por las lluviosas calles de Madrid. Adivinaba los sonidos de los coches, nerviosos, pitando a través de la ventana. Delante de ella se veía reflejada en un espejo -que estaba encima del bajo escritorio-. Detrás suyo había la cara desconocida de con quien había gozado durante la pasada noche. A veces se estremecía en cuando volvían sus recuerdos, revueltos por las latas de cerveza en el banco de delante la discoteca. A diferencia de muchos chicos, él la abrazaba por la cintura con solo conocerla de una noche. Mientras intentaba escapar de sus delgados brazos, pensaba que era una pena para el chico, que hasta era mono... En conseguir escapularse, recorrió la habitación de puntitas, se puso las medias negras, las bailarinas, y fue a buscar una camisa dentro del armario. Vio un dietario encima de la mesa, y sin mirar una de las líneas, dejo una nota a la siguiente página: "Gracias por la camisa"

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