Hipotesis del futuro

Estoy desafiando el infinito con mi imbecilidad

Mientras intentaba prensar el tabaco dentro del cigarrillo –mal hecho- que tenía entre mis manos y el filtro intentaba escapar, alcé los ojos hacia arriba, como si preguntándome si realmente existía algo más. Pero mis pensamientos iban dirigidos hacía las nubes. Después de largos días calurosos, el tiempo nos había regalado una masa uniforme de grises cotones de azúcar, que oscurecían la visión y deprimía la mente de la gente. ¡Pero a mí me encantaba! ¡Por fin mi armario se abriría y los mil atuendos que esperaban dentro serían usados! Curiosamente, acabe con los tejanos gastados y la sudadera gris rota, en fin, lo de cada día parecido a semejante cielo. Ahora por fin conseguí evitar la fuga del filtro, y con prisas, pero con precisión, lamí la cola que permitiría tener el cigarrillo más o menos fumable, por lo menos de mi parte. Me lo coloco en la boca, compruebo si mi gorro de lana está bien sujeto en mi cabeza, y busco entre el gastado bolso un mechero. En encenderlo, cierro los ojos inconscientemente. La frente se arruga, y el entrecejo se hace más pequeño. Mis labios se curvan hacía abajo, y el matiz de mi imagen se centra en la pequeña llama, que, joder, no enciende el cigarrillo. Al fin lo consigo. El primer calo, me lo pongo en la mano, bostezo, y mi respiración se entrecorta. Abandono la visión de mi ventana y giro la mirada. Allí están todos sus amigos borrachos, incapaces de levantarse después de la fiesta de mi compañero. Pongo los pies cuidadosamente entre los agujeros que vea libres. Sigo fumando de él, mientras en mi otra mano sujeto cuidadosamente las dañadas zapatillas. En cumplir mi misión y llegar a la puerta, observo la escalera del piso, y en dos minutos el calzado ya está listo… Bajo corriendo las escaleras, abro la puerta de par en par, y observo atentamente durante sesenta segundos el zoológico de la calle: caras malhumoradas, paraguas y cartera en mano, olor a perro mojado…

-¡Buenos días, mundo!