miércoles, 27 de abril de 2011

El señor Don Tim quiere revivir

 Reabiendo el cuaderno olvidado de Don Tim...

En una tierra muy lejana había un señor Don Tim. A Don Tim le gustaba la ignorancia e intentaba no lastimarse pensando. Siempre que se acostaba su cabeza desconectaba y las paredes de su cerebro se centraban en blanco. Como no le gustaban las complicaciones, eran redondas. Sí, sí, no tenía ángulos, estaban redondas para que no tuviera pensar en la sofisticación de los noventa grados. La decoración es... vacía. Tal como he dicho, no había nada en su cabeza: no muebles, no cuadros, no problemas. Deseaba que siguiera así hasta su muerte, cosa que tampoco querría pensar. Lo único que querría era dormir. Así que desconecto su mente, y se durmió. Pero un día mientras andaba por su camino, escuchando los pájaros, sin nada en que pensar, encontró una caja de lápices. La tapa tenía dibujada la nada. Le gusto y se la quedó. No sabía cómo hacerla servir, ya que hacerla servir sería pensarlo, y a él eso no le gustaba. Así que se fue andando hacía su casa, sin hacer la comida porqué no querría pensar en qué hacer, y otra vez se metió en la cama, desconectando en su habitación de paredes color tiza. Desafortunadamente, pero, descubrió que en medio de la habitación ya no había "nada", y que un pequeño espació ocupaba un objeto, que le recordaba a algo. Don Tim se acercó para observar que era, y en agacharse para cogerla, una caja reconocible estaba entre sus manos, una caja de lápices. Y empezó a pensar (sí, a pensar!) que como puede quitar ese impedimento de su cabeza, ya que ese cambio no le dejaba dormir. Se sento delante suyo, y la abrió. De pronto se encontró con doce lápices perfectamente afilados. Recordó que lo había visto por la televisión, niños dibujando con estos artefactos. Como no podía dormir, cogió el color azul. Se levantó, lo miro fijamente haciéndole rodar en su dedo, y finalmente trazó una línea en una de las paredes blancas. Un dolor punzante le impregno la mente, pero en cuando se hubo calmado, siguió con su proeza: continuo dibujando. Se quedó toda la noche en vela, dibujando rayas y descubriendo formas, preguntándose que habría sido lo que le había impedido empezar algo así. Y pensó, pensó, pensó...

El próximo día, cuando amanecía, se fue hacía el camino. Paso delante de casas, delante de estancos y de muchedumbre. Mientras andaba se fijaba con sus caras rehacías. El sol brillaba, el día era idílico, pero había una pequeña sombra. La cabeza de Don Tim empezaba a reaccionar, y se fijaba en cada detalle de su alrededor, creando preguntas y buscando respuestas por todo. Al anochecer y colocarse en la cama, se adentro dentro de la habitación blanca, donde aún seguían presentes sus dibujos y donde se había unido a ellos todas las preguntas de día., pero horror, la habitación ya no era redonda, si no que era cuadrada. También había presente la caja de colores y un nuevo elemento: un libro de piel rancia. Intrigado lo abrió, y empezó a leer. Empezó a leer? Pues no, ya qué el libro tenía las páginas del mismo color de la pared, solo que tirando a un blanco amarillento. En su interior, también resguardaba una caja que escondía una pluma y su tinta negra, negra, que relucía. En tocarlo, unas letras doradas empezaron a dibujarse solas, escribiendo por si mismo lo que él buscaba: respuestas. Lo mismo pasó en su interior, donde aparecieron las instrucciones de uso "1. Coger pluma y mojarla en la tinta; 2. Escribir las respuestas". Don Tim cerró el libro, y se escondió a otro mundo aún más lejano, y allí por primera vez soñó, aunque solo aparecieran líneas azules

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