martes, 28 de junio de 2011

Emily

Emily solía acunarse sobre sus rodillas y encender una bengala. Mágicamente la bengala duraba y duraba. Ella la miraba durante horas, adivinando en sus profundos ojos pequeñas espurnas. Su cara se acaloraba y se le coloraba mientras las chispas mojaban las rojizas mejillas dejando una eterna marca, la de la satisfacción que le producía ver las estrellas que escapaban por aquel corto palo, saltando de un lugar a otro, danzando entre sus dedos, suplicando al aire que no se consumieran. Al terminar el espectáculo, el palo se enfriaba y con pena dejaba que lo que antes era mágica pólvora, ahora fuera su ataúd de arena. Emily sintió como la llamaban y fugazmente se alejó hacía la hoguera, balanceando su blanco vestido. Aún no se había dado cuenta del cometido, pero sobre su diminuta nariz pequeñas sombras quemadas se acomodaban, y así, de ese pequeño pecado, le surgieron sus pecas.



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